Algunas veces me pregunto cómo hay personas que pueden etiquetar a sus hijos. Son padres (o abuelos, profesores, amigos…) que no lo harán a mal, quizá no se dé cuentan, quizá es como una broma entre ellos… pero etiquetan.
No me gustan las etiquetas, y menos aún las etiquetas negativas. Alguna vez he hablado sobre el efecto Pigmalion, pero es que no puede ser más cierto.
¿Por qué hay que etiquetar a un niño que aún se está desarrollando y descubriendo su personalidad? «Es tímido», «es malo», «es tonto» (esto lo he oído, sí!, qué tristeza)…
¿Por qué hablo de esto una vez más? Porque con el inicio del cole, ha habido muchas ocasiones en las que he escuchado este tipo de etiquetas, a cual más negativa. Qué manía con encasillar. Hace muy pocos días, en el primer día de la escuela de ballet, escuché cómo una madre le decía a todo el mundo que su hija era tímida. Yo había visto a la niña antes, y había hablado con varias personas, sin darme la impresión de ser tímida en absoluto. Pero desde el momento en el que su madre dijo que era tímida, su actitud cambió…. y dejó de hablar y bajó la cabeza.
Los niños, por muy pequeñitos que sean, se dan cuenta de todo. Los calificativos son una parte muy importante del desarrollo lingüístico y emocional.
Para un correcto desarrollo, fuera de falsas impresiones y de influencias negativas, debemos creer en nuestros hij@s. Motivarlos para que sepan enfrentarse a los retos y no se desmotiven si no consiguen su objetivo a la primera (el famoso, «inténtalo»). El primer paso para hacer esto es no etiquetar.
¿Iniciamos el cambio? Yo ya lo he hecho.